Te estaba mirando mientras follabas con él. Detrás de vosotros, sin molestar. Diciéndote que te amo, que estoy loco por ti y que mi amor por ti va más allá de cualquier límite, más allá del bien y del mal. Que soy tuyo de arriba a abajo, por completo y sin que quede ni un solo resquicio en el que tú no reines, mandes y gobiernes.
- Lo sé, cornudo -me has contestado entre los gemidos de placer que te da la polla de tu amante.
-Te quiero, mi vida. Haz conmigo lo que quieras.
- Lo haré, cornudo. Ya lo hago. Lo estoy haciendo. Y lo voy a hacer más.
No lo he entendido bien hasta que ha sonado el teléfono que tienes junto a ti en la cama, lo has cogido has hablado con alguien y has colgado. Me has mirado y me has sonreído.
- Te tomo la palabra, cornudo. Y lo vas a ser completo.
No entendía que querías decir hasta que han llamado a la puerta.
- Ve y abre -me has dicho mientras seguías follando con tu amante.
Y he acudido raudo a la puerta, he abierto y he visto que era tu jefa, la mujer de tu amante; la señora del que te estaba follando. La he llevado a la habitación donde se ha desnudado y se ha puesto a follar con los dos, contigo y con su marido.
- Ahora vas a ser cornudo también de una mujer -me has aclarado. Del marido y de la esposa.
Y lo he sido, porque os habéis puesto a follar mientras yo me acariciaba mi pito, mi pene, porque yo no tengo polla, sino pene, según me recuerdas constantemente.
- Ahora vas a ser cornudo de mi jefe y de mi jefa -me has aclarado
- Gracias -te he dicho.
- Y además, por las tardes vas a ir a su casa a hacerles las tareas domésticas, mientras ellos me follan. ¿Te parece bien?
- Sí, amor mío.
Y eso hice y hago. Porque mientras folláis en casa yo voy a su chalé de las afueras, limpio la casa, lavo la ropa, les preparo la cena y espero a que me llames por teléfono. Ese teléfono que siempre tienes cuando follas y que usas para demostrarme cuánto me amas.
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