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Haces que se corra sobre nuestro anillo de boda

No es nada, de verdad. No te lo tomes a mal, amor mío. Sólo quiero hacerte ver que a él  lo masturbas hasta con las tetas y dejas que se corra sobre ellas, que es algo que a mi jamás me has permitido. Ni borracha, me dijiste una vez, de novios, cuando te lo propuse por primera vez.  Y es que has cambiado mucho. Ahora dejas que él te ponga el brazo en el cuello, para aprisionarte y hacerte más suya, mientras tú gimes, suspiras y dices sí, por favor. Más fuerte, más fuerte que me corro.

Eso oigo mientras estoy de rodillas junto a la cama y te beso la mano, si puedo, porque generalmente la tienes sobre su nuca para acercarlo a ti, a tu cara, y beberte sus morros, morrearte con él como una colegiala, como jamás has hecho conmigo que sólo he recibido besitos tuyos desde que éramos novios.

A él se lo permites todo, incluso que se corra sobre tu anillo de casada, sobre nuestro anillo de boda. Y no porque él te lo pida, sino para complacerte a ti porque eres tú la que se lo pides para humillarme, para hacerme ver que sólo soy un cornudo sumiso que te lo consiente todo. Incluso que me humilles de esta forma desde que descubriste que la única forma de que me excitara, de que se me pusiera dura, era contándome lo que habías hecho con tus anteriores novios. Y lo hiciste, me contestaste como te habían follado  y a mi se me ponía entonces dura. Luego dejaste de contarme como te habías follado a tus novios anteriores y pasaste directamente a contarme como te follabas a tus nuevos amantes. 


No hubo transición. Un día que estábamos en la cama y te dije que me contaras lo de tus anteriores novios, para excitarme, me contaste que tenías mejor información, mejor material, más reciente, porque esa misma tarde te habías follado a un compañero de oficina.
- ¿Quieres que te lo cuente?

No dije nada. Sentí unos celos tremendos, un extraño dolor en algún recóndito lugar de mi cerebro, y me levante de la cama y me fui al salón. Y allí estuve pensando un rato, hasta que de pronto, sin darme cuenta, me levante y volví a la habitación.
- Sí cuéntamelo –te dije ansioso.
- Pídemelo de rodillas.


Y me puse de rodillas.
-  Cuéntamelo, por favor.
-  Suplícamelo.
-  Te lo suplico
-  Suplícame que te cuente cómo te he hecho cornudo
-  Te lo suplico, por favor, cuéntame como me has hecho cornudo.

Y me lo contaste. Desde entonces no has dejado de contarme nada. Aunque tampoco hace falta que me lo cuentes porque lo veo en directo ya que te traes a casa a los amantes de confianza, a los fijos. Con los que lo haces todo. Sin miedo, sin reparos. Incluso todo aquello que nunca has hecho conmigo. Sobre todo lo que nos has hecho nunca. Porque te gusta humillarme. Te gusta mucho porque sabes que a mi me gusta. Somos tal para cual. 

Y por eso me tienes desnudo siempre antes tus amantes, antes de follártelos, para que me sienta más sumiso, más esclavo y más cornudo. Estáis los dos vestidos metiéndoos mano en el sofá y yo desnudo mirando cómo os magreáis como dos adolescentes. Y observando  como me haces cornudo, suponiendo que no os tenga que traer las bebidas o ir a la habitación a por la foto de nuestra boda para ponerla junto a la mesita del sofá y que puedas mirarla mientras me haces cornudo.
Eres tremenda y por eso te amo.

Te amo mucho y sé que tú también me amas porque  cuando vas a follar con tu amante me atas las manos a una argolla del techo que pusiste junto a la cama, me das Viagra y me pones el cinturón de castidad para que vea excitado como me haces cornudo. Para que esté  muy excitado, pero no pueda ni tocarme para satisfacer ese deseo. Me torturas con el deseo que produce la Viagra que se acrecienta al verte follar con otro. De hecho ya no puedo gozar como cualquier otro hombre y para hacerlo necesito la humillación, verte follar con  otro y sentirme cornudo y apaleado.

Y por eso, cuando te corres al follártelo, te acuerdas siempre de mi y te levantas de la cama para ponerte detrás de mí, quitarme  el cinturón de castidad y azotarme el culo mientras me llamas cornudo, delante de tu macho. Y no paras hasta que  consigues que me corra sólo con los azotes y la humillación. Sin tocarme. No es un orgasmo con expulsión de semen, sino un orgasmo continuo pero flojito, que no permite salir al semen por lo que sigo excitado y anhelando ser de nuevo humillado. Y por eso me vuelves a poner el cinturón de castidad, me das otra pastilla de Viagra y vuelves a la cama para seguir follando con tu amante.
- ¿Qué se dice?¿ -me preguntas mientras cabalgas sobre tu macho y tus tetas saltan arriba y abajo.
-  Gracias, amor mío, por hacerme cornudo. 
- Y apaleado -me respondes entre gemidos.
- Y apaleado, amor m´ñio. Cornudo y apaleado. 
- Y feliz, muy feliz -me contestas justo antes de correrte otra vez,  con la polla de tu macho.
 
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